martes, 13 de octubre de 2015

La otra mujer



Nunca tuve la paciencia suficiente para escuchar el tic tac del reloj, ni los problemas ajenos, esperar la temperatura perfecta del café o tomar decisiones. Lo intenté. También muchas veces quise desintegrarme o desaparecer. Simple. Cerrar la puerta del departamento, esconder la llave para no tener que tentarme a salir o atender a alguien. Me preocupa hasta cuándo me alcanzaría la comida que tengo en la heladera, también si la cantidad de latas que tengo en la alacena serían suficientes hasta que llegara el momento en el que empiece a adelgazar y a buscar urgente la llave o la demencia. El silencio se convertiría en tristeza. Ojalá pudiera escribir, escribir y escribir más ¿podría de una vez por todas empezar con mi novela? Al cabo de unos días se terminaría el papel higiénico y ese sí que es un objeto difícil de remplazar ¿Cuántos días podría pasar sin bañarme? ¿Dormiría en la cama o en el sillón del living o en el piso? Me acercaría a la baranda del balcón y pensaría en tirarme. No es que no lo pensara desde antes, pero siempre me limitó el dolor. Además, todavía no empecé la novela. En todo caso ¿qué legado dejaría? ¿De esa manera tendría la posibilidad de perdurar? Al menos con algo, un trabajo, un amor, un sueño, con mi vida. Durante muchos años estuve obligada a aceptar cada acontecimiento, las decisiones de los demás, pero nunca me permití sentir la perpetuidad de la cordura. Estaba muy conmovida para dormir. ¿Cómo se supone que se cambia la vida? ¿Cómo se elige vivir de otra manera? Estoy callada, sin mucho para decir o quizás con demasiado, pero sería lo mismo. Prefiero no decir nada. Aire fresco. Lo necesitaba, salir al balcón no era suficiente, volvería a imaginar la caída, quizás hasta gritaría, aunque lo dudo, y tendría que sentarme para dejar de sentir tanto vértigo ¿Cómo quedaría mi cuerpo en el vacío? ¿Quién sería la primera persona en llegar a socorrerme o a qué familiar le avisarían primero? ¿Cómo reaccionarían mis hermanos? ¿Mis padres podrían volver a compartir una habitación solo para despedir mi cuerpo o se culparían entre ellos por no haberse dado cuenta? Sí, aire fresco era lo que necesitaba, pero tendría que salir a la calle, mirar cómo la gente vive su día, escuchar conversaciones ajenas o ruidos de autos y yo todavía sin una historia que contar. Debería salir a caminar así tampoco podría cumplir con mi proyecto de abandono. Quizás podría encontrarme con alguna persona que haya sido parte de los mejores momentos de mi vida, abrazarla y decirle lo afortunada que fui de conocerla. No sería mentira, pero para mí no valdría nada hacerlo, solo encontrar a alguien que en mi entierro pudiera decir que yo era “buena” y tampoco valdría para nada porque preferiría que mi cuerpo se hiciera cenizas. Antes que eso tendría que ocuparme de poner mi vida en orden. Auto-decepción, mentiras, silencios y hacer la vista a un lado. Si mi vida estaría llegando al final de sus días ¿sentiría arrepentimiento? Estaría demasiado vieja para empezar de nuevo, no viviría sola porque mis hijos cuando no supieran qué hacer de su vida volverían a vivir conmigo, porque la casa de la infancia nunca deja de ser su casa y ya no los aguantaría y querría estar sola. No podría negarme a que volvieran, lo pensaría, pero al fin y al cabo tendría que bajar la mirada y decirles que se quedaran todo el tiempo que fuese necesario. Ese tiempo no serían semanas ni meses, terminarían siendo años. No les exigiría que paguen las cuentas, quizás sí que limpiaran de vez en cuando o que fueran al supermercado. Se los diría con indirectas o bromas de mal gusto, hasta me enojaría cuando no hicieran lo que les pido. Tendríamos mucho de que hablar, no lo haríamos, aunque ellos me preguntarían por su padre y yo les diría que era una molestia, pero se me llenarían los ojos de lágrimas porque en verdad lo hubiera amado. Todavía en camisón me serviría un whisky, lejos de la conversación, arrastraría los pies hasta el baño, ya sola, frente al espejo, miraría las arrugas en mi cara, las tocaría y pensaría ¿cuándo fue que me volví tan vieja? ¿Cuándo dejé de ver nítido, de ser buena y alegre? Fui hermosa, me lo decían mucho y yo lo sabía. No más. ¿Quién podría amar tanta fragilidad? Cansada, de mal humor, dos pastillas para el dolor de cabeza y todavía no hay palabras en la página en blanco. Quisiera escribir una novela brillante, quisiera ya haberla escrito de joven y leo a otros escritores para robarles ideas, para inspirarme o tan solo para odiarlos. Con una novela mediocre me conformo, pero debería estar bien escrita, la corregiría muchas veces hasta que así fuera. Aire fresco. En el balcón, en la baranda y ¿qué podría doler más, no llegar a escribir nunca o caer al vacío? De cualquier manera, caer o escribir tienen solo unos segundos de fingida libertad, porque las palabras nunca llegan a ser perpetuas y la caída garantiza el momento de impacto. Durante mucho tiempo supuse que todo estaba bien, la vida en pareja había sido un infierno, por pelear lo suficiente o por no hacerlo con la frecuencia con que deberíamos haberlo hecho. Demasiado cómodo, demasiado frágil, demasiado egoísta. El aire en mi cara, sentí el frío de la baranda en mis manos, pero no miré hacia abajo. Me trepé de a poco hasta sentarme. Ahora el frío no estaba en mis manos, lo sentía en las piernas ¿Cambiar mi vida? Era tentador, igual que el vacío, que el silencio, que caer, que la libertad.      

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